miércoles, 17 de noviembre de 2010

Tragicomedia mexicana


Uno de los rasgos más distintivos -y patéticos- del mexicano es su
impuntualidad, característica bien conocida en todos los sectores del país.
Los pretextos para llegar tarde van desde el tránsito pesado hasta los
más inverosímiles.

El asunto es tan serio que, algunos organizadores han decidido
anunciar los eventos hasta con una hora de anticipación, lo que
ciertamente resulta ridículo, pero he podido observar este fenómeno
en bodas, cenas, ceremonias, conferencias y toda clase de
acontecimientos formales o casuales.

Como yo también he sido víctima de los numerosos sucesos que nos
impiden llegar a tiempo, preferí no molestarme en decir nada hace un
par de días cuando, camino de un compromiso, me detuve en un crucero con
el semáforo en rojo. Como de costumbre, se acercó a mi un sujeto con
una botella llena con agua jabonosa y la tapa perforada, un peladito a
los que se conoce como limpiaparabrisas. Acababa de mandar lavar el
auto así que lo rechacé con un gesto.

Como de costumbre, llevaba el vidrio de la ventanilla bajo,
el tipo no se conformó con la negativa, se acercó a mí, casi se
introdujo al coche para decirme en voz baja (como se dicen las
confesiones de amor): mira, mejor me das lo que traigas, también tu
celular, antes de que saque mi navaja.

Me alteré un poco, lo confieso. Pensé, carajo, no le voy a dar mi
iphone [jaja]. Luego me detuve un poco a contemplar la situación. Tenía
algunos segundos para resolver a mi favor. Hice lo que
cualquiera, fingí que buscaba, al cabo de unos instantes hallé
algunas monedas y tendiéndoselas, le dije: "chale, es todo lo que
traigo". Sonriendo contestó -que Dios te bendiga, y vete con cuidado.

Me marché algo confundida y luego tuve que detenerme un poco para
asimilarlo. ¿La lección? Todavía lo estoy meditando.