No se puede confiar en las personas.
¡Tuvieron que instalar inodoros automáticos
en los servicios públicos porque son incapaces
de presionar un botón!
Woody Allen
Una y otra vez he escuchado que la confianza se gana. Por desgracia (o como sea) yo no funciono así, para mí es un asunto meramente instintivo. Si alguien me parece de fiar, me tiene en sus garras hasta que demuestre lo contrario... el tema es que la fe en alguien se parece a la virginidad y a las convicciones políticas en que una vez que se pierden, no se recuperan nunca.
Y —como acertadamente refiere House— todos mentimos, los niños comienzan a hacerlo a los tres años, cuando se percatan de que sirve como un mecanismo de autodefensa y también para procurarse la aceptación de los superiores así como de los iguales. Algunos consideran que mentir puede llegar a ser muy divertido, hacer creer al otro cualquier cosa para después observar. Es que las ideas son el elemento más poderoso: con una buena idea puedes hacerte rico, cambiar tu vida, la de muchos otros. Pero mentir y comer pescado... hay que hacerlo con cuidado. Y es que el que miente a los demás termina por creer en sus propias mentiras.
Aunque también puede que la mentira esté infravalorada. Como sabe todo buen político, mentir bien es un arte y no faltan aquellos que lo entienden como un placer social: se regodean interpretando papeles para sus inocentes interlocutores-espectadores. Desde luego que un personaje no puede durar para siempre.