miércoles, 20 de octubre de 2010

Así se ve desde acá


Había una vez un hombre que tenía problemas en los ojos, así que fue al doctor para una revisión. Después de reconocerlo, el médico se quitó sus propios lentes y los ofreció al paciente diciendo "con éstos verá perfectamente". El hombre, un poco desconfiado se los probó, luego de unos instantes contestó: "¡no veo nada!". Esta bonita historia que me contó Andrés Roemer durante una entrevista ilustra bien el problema de la perspectiva.

Donde yo veo una payasada ridícula, otros encuentran una idea brillante. Lo que considero falta de diplomacia es visto por otros simplemente como humor. ¿Dónde está el equilibrio? me pregunto una y otra vez. Intento respetar las perspectivas de los demás a través del ejercicio de la abstracción, me digo que considerando aisladamente cada elemento de las ideas de los otros puedo llegar a entenderlas. Y algunas veces lo consigo.

"Mi único problema con el mundo son los demás", me dice un amigo mientras esperamos que comience la función. Recuerdo las ideas recurrentes de mi adolescencia sobre lo feliz que sería si pudiera vivir aislada del mundo, en armonía conmigo misma, pero entiendo que nunca fue verdad. La riqueza del mundo consiste justamente en el hecho de que los otros existan, con sus gustos diferentes, con sus posiciones enfrentadas.

Sí, probablemente sería mucho más fácil si estuviéramos siempre de acuerdo, pero ¿qué sería de este mundo si todos quisiéramos vivir en el último piso, conducir BMW, ir a la playa de vacaciones? Después de todo, me alegra que exista la gente que prefiere beber vodka, así no se acaba el ron; qué bueno que a ti te gusta la lluvia, de cualquier forma te vas a joder mientras disfruto la primavera. Si piensas que no hay nada mejor que una comedia romántica a la manera de Sandra Bullock mientras te atragantas con palomitas, me gusta todavía más lo que hace Jean Pierre Jeunet.

Considerando lo anterior, admito que como experimento sociológico, de vez en cuando me gusta hacer las cosas a la manera de alguien más, puede ser muy divertido.

domingo, 10 de octubre de 2010

¡A los ojos!


Mi más grande debilidad hacia los niños nada tiene que ver con su inocencia, ni con su capacidad de sorpresa, tampoco su frecuente y abierta sonrisa, y aparente confianza en el mundo me conmueven; la cualidad única que me resulta irresistible en ellos es esa mirada directa y penetrante que insisten en lanzar. Eso me desarma en su presencia, es como si esgrimiendo los ojos como dos flechas, me atravesaran el alma.

Es una verdadera pena que no todos conservemos esa capacidad de enfrentarnos a los otros con valor y dignidad, pienso. Pero reconozco que es difícil sostener una mirada, a veces me parece que algo va a estallar en mí si no esquivo un par de inquisitivos ojos, con todo, si se presenta la ocasión, no dejaré de intentarlo.

En algún lugar leí que es el instinto el causante de que las personas se sientan incómodas con las miradas fijas de los otros, al parecer, en esa circunstancia nos sentimos amenazados como consecuencia de una herencia biológica milenaria.

Por eso, recuerdo un momento reciente en que me encontraba frente a alguien que me importa, a quien trataba de transmitir un mensaje significativo. Me sorprendió que me pidiera que lo mirara a los ojos. No podía dejar de reír, tal vez porque la vida es un asunto demasiado importante como para tomarla en serio, como dijera Wilde. Hice acopio de fortaleza y dije lo que debía.

Intentaré en el futuro probarme y medir a los otros con este sencillo principio, aunque debo andarme con cuidado: Hay miradas que secan milpas.