jueves, 18 de febrero de 2010

Fotografías


Una de las ideas que me asaltan de manera recurrente es el profundo desconocimiento de mi misma: con frecuencia me sorprende descubrir algún gesto extraño en una foto propia y no puedo creer que esa sea mi voz cuando la escucho en una grabación. Ya decía Milán Kundera que somos los más grandes extraños para nosotros mismos, nunca sabremos qué nos hace simpáticos, atractivos o desagradables desde la perspectiva de los demás.
Lo mismo sucede con nuestras reacciones, no tenemos idea de qué vamos a decir o hacer en una situación determinada, pensamos por ejemplo, que si alguna vez nos encontramos en peligro correremos, y a la hora de los cocolazos nos quedamos petrificados.
Si esto sucede a pesar de que vivimos en nuestro pellejo, la cosa se complica necesariamente con los demás, de tal manera que recurrimos al viejo truco de las etiquetas. Es algo que pienso desde que vi Memento [Amnesia] hace algunos años, el argumento de la cinta es muy interesante; Leonard, el héroe, ha perdido la memoria a corto plazo, sólo recuerda lo que sucedió hasta el día en que su esposa fue asesinada y sólo piensa en vengarse. Para sobrevivir y consolidar su plan, se ha tatuado algunos mensajes importantes, y cada vez que conoce a una nueva persona, toma una fotografía instantánea y escribe al reverso un par de cosas que le sirvan como guía para la próxima vez que la vea.
Aunque nuestra memoria funcione bien, pienso que la de Leonard es una estrategia que todos desarrollamos para intentar comprender a los demás y relacionarnos con ellos. Según mi teoría, todo funciona de la siguiente manera:
1. Conocemos a alguien
2. Creamos un juicio de valor a partir de nuestras propias referencias
3. Le pegamos en la frente —o en la espalda— una o varias etiquetas
4. Nos comportamos de acuerdo con lo que hemos decidido que es el sujeto en cuestión
Suponiendo que pensamos que esa persona es simpática, seguro la vamos a tratar muy bien, ella lo va a notar y se portará amablemente también. Lo malo es que algunas veces pasa lo contrario, decidimos muy temprano en una relación que el otro es distinto, que es tonto, por decir algo. Luego lo tratamos como si lo fuera y naturalmente, luego no nos soportamos.
No digo que no existan personas infumables, sin embargo es patético invertir nuestro valiosísimo tiempo en pensar cosas desagradables del resto de los mortales.
Propongo pues, una solución ñoña y sumamente romántica que a mí siempre me funcionó: Si alguien te caga, piensa en qué se parece a ti, trata de conocerlo un poco más y comienza a tratarlo con cariño. No es nada fácil, porque como dice uno de esos idiotas grupos de Facebook, "cuando alguien te cae mal, todo lo que dice te parece estúpido", pero casi todas las personas tienen algo bueno que ofrecer.

1 comentario: