La verdad es sólo un cabo suelto de la mentira
Joaquín Sabina
Procuro decir siempre la verdad. Lo hago, ciertamente, porque considero que es una manera de evitar problemas futuros, se puede decir que soy muy marica y en ello radica el secreto de mi honestidad. Cuando tengo que mentir, me invento las cosas más inverosímiles, así me divierto. Muchas veces consigo que se traguen mis cuentos, tengo crédito porque como dije antes, los que me conocen saben que soy de fiar… luego termino siempre por confesarlo todo. Soy mejor que mi reputación.
Pero volvamos a la vida cotidiana: Supongamos que me encuentro tomando café con un amigo, debo relatar algún acontecimiento que tuve ocasión de presenciar, trato entonces ir paso por paso, me concentro e intento apegarme a los hechos. De pronto me doy cuenta de que abuso de ciertos recursos, digo cosas como “desde donde me encontraba pude ver…”.
Al otro día, mientras tomo un baño, hago una de mis reflexiones habituales (lo que quiere decir que le doy vueltas a las cosas hasta que surge una idea súper volada) y concluyo que pude haber estructurado la misma historia de mil formas distintas, alterando la experiencia sólo en detalles nimios que no pudieran considerarse de forma alguna mentiras, simplemente posibilidades. Es decir, pienso que cuando ocurre un acontecimiento específico, hay muchas cosas que pudieron haber sucedido en su lugar, lo que implica que de alguna manera, la mentira ocupa un sitio más importante en el campo de lo posible que la verdad misma.
Uno de los temas de debate más recurrentes durante mi paso por la escuela de periodismo era, como sabrán, el de la existencia de la objetividad. Naturalmente, siempre defendí el derecho a ser parcial, ííí’ñor. Si Protágoras dijo que el hombre es la medida de todas las cosas, afirmo que soy yo la medida de todas las cosas. Y siempre estoy pensando en lo mismo, Shopenhauer tenía razón: El mundo en que se vive depende, ante todo, de la interpretación que se tenga de él. Y nadie tiene el absoluto, somos seres inacabados, estamos siempre aprendiendo, apuesto la cabeza a que moriré sin haber visto todo lo que hubiera querido.
Joaquín Sabina
Procuro decir siempre la verdad. Lo hago, ciertamente, porque considero que es una manera de evitar problemas futuros, se puede decir que soy muy marica y en ello radica el secreto de mi honestidad. Cuando tengo que mentir, me invento las cosas más inverosímiles, así me divierto. Muchas veces consigo que se traguen mis cuentos, tengo crédito porque como dije antes, los que me conocen saben que soy de fiar… luego termino siempre por confesarlo todo. Soy mejor que mi reputación.
Pero volvamos a la vida cotidiana: Supongamos que me encuentro tomando café con un amigo, debo relatar algún acontecimiento que tuve ocasión de presenciar, trato entonces ir paso por paso, me concentro e intento apegarme a los hechos. De pronto me doy cuenta de que abuso de ciertos recursos, digo cosas como “desde donde me encontraba pude ver…”.
Al otro día, mientras tomo un baño, hago una de mis reflexiones habituales (lo que quiere decir que le doy vueltas a las cosas hasta que surge una idea súper volada) y concluyo que pude haber estructurado la misma historia de mil formas distintas, alterando la experiencia sólo en detalles nimios que no pudieran considerarse de forma alguna mentiras, simplemente posibilidades. Es decir, pienso que cuando ocurre un acontecimiento específico, hay muchas cosas que pudieron haber sucedido en su lugar, lo que implica que de alguna manera, la mentira ocupa un sitio más importante en el campo de lo posible que la verdad misma.
Uno de los temas de debate más recurrentes durante mi paso por la escuela de periodismo era, como sabrán, el de la existencia de la objetividad. Naturalmente, siempre defendí el derecho a ser parcial, ííí’ñor. Si Protágoras dijo que el hombre es la medida de todas las cosas, afirmo que soy yo la medida de todas las cosas. Y siempre estoy pensando en lo mismo, Shopenhauer tenía razón: El mundo en que se vive depende, ante todo, de la interpretación que se tenga de él. Y nadie tiene el absoluto, somos seres inacabados, estamos siempre aprendiendo, apuesto la cabeza a que moriré sin haber visto todo lo que hubiera querido.
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