¿En dónde radica el misterio de los encuentros casuales?
En la rutina, quizá. Si nos topamos con gente conocida en cada esquina es probablemente porque no podemos (o no deseamos) escapar de los hábitos que hemos construido cuidadosamente a través de los años. O acaso la respuesta se esconde en la magia de la vida, en el hecho de que hay momentos en los que precisamos algo que ha de darnos esa persona con la que hemos dado de frente. Aunque probablemente sea sólo la fatalidad, la fuerza de lo inevitable.
Como sea, lo que realmente me obsesiona es la forma en la que las personas salen de mi vida. Cuando nos sentimos felices al lado de alguien, simplemente esperamos que eso dure para siempre, no nos damos cuenta de lo absurdo de esa idea. Al cabo de un tiempo, las cosas se rompen o se cagan. He pasado horas analizando este proceso, utilizando para ello, múltiples casos de mi propia historia.
Siempre ha sido doloroso. Con los años y los truenes (con amigos y parejas) lejos de considerarme una experta en rupturas, puedo decir que cada vez es un poco peor. Pero vamos a las razones: he mandado al carajo a los que consideré traidores, a los que estafaron mi confianza y mi cariño. Supongo que los que se alejaron de mi pueden alegar lo mismo, aunque en mi defensa diré que procuro ser leal.
Cada despedida arrastra tantos recuerdos hermosos, tantas herencias. La gente se va, pero nos deja un poco de lo que son; una alegre canción, alguna filosofía, el gusto por la comida china... Yo hago votos por haber dejado algo bueno tras de mí en aquellos que llegaron a conocerme. Me disculpo si a veces no lo logré.
Lo que nunca entendí es el cuento de la gente que permite que sus relaciones se desgasten, que mueran lentamente. Eso nunca me pasó. Veremos si un día sucede. Después de todo, se encuentra uno de todo en esta vida. Eso es lo mejor (a veces lo único que vale para mi), nunca sabemos lo que vendrá.
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