martes, 3 de agosto de 2010

Espejito, espejito...


Dormimos, comemos, nos aseamos cada día (al menos es lo deseable). Y sin embargo, pocas veces reparamos en las implicaciones de tener un cuerpo.

Ya puedo ver a más de uno quejándose de que ésta es la única forma de existir, se equivocan; pero no abundaremos en eso, sino en lo otro.

El 90 por ciento de la información que transmitimos se da a través del lenguaje corporal, y la mayor parte del tiempo no somos ni remotamente conscientes de ello. No todos saben que, por ejemplo, cruzar los brazos sobre el pecho durante una conversación es una clara señal de autoprotección y hasta de rechazo hacia el interlocutor.

El atuendo es otra forma de discurso. Nos vestimos por muchas razones; por pudor, por higiene y para protegernos del medioambiente principalmente, pero además decimos mucho de nosotros mismos por medio de la ropa.

El gimnasio --ese recinto de la vanidad y la desesperación-- es uno de los mejores lugares para apreciar todas esas cosas, es muy divertido mirar a los hombres inflados con esteroides anabolizantes (utilizados comúnmente para engordar ganado). ¿Quién les ha dicho a estos tipos que a las mujeres nos gustan los músculos gigantes?

También me gusta ver ligar a la gente en ese sitio, todo parece indicar que no ha pasado el tiempo desde la era de las cavernas. Ellos hacen alarde de fuerza y resistencia, mientras las señoritas pretenden ser florecillas indefensas, me encanta. Lo mejor es cuando se miran al espejo mientras jalan y hacen gestos, ufff. No se lo pierdan.

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