Sin embargo, con un poco de suerte (o de mala suerte), algunas veces las personas se detienen a compartir sus historias simplemente para matar el rato, para desahogarse, para hacernos reír o porque no tienen a nadie más con quien hablar. Sea como fuere, cuando se presenta la oportunidad, siempre escucho de muy buena gana las aventuras festivas y tragedias de quien me quiera contar, me intereso sinceramente, pregunto qué sucedió después y luego digo lo mismo que los otros: "Qué maravilla", "yo habría hecho lo mismo", "lamento escucharlo" o "¡qué buena historia!".
Hace unos días supe cómo se casó la mujer de casi 60 años que viene una o dos veces a la semana a la casa de mi madre para ayudar con la limpieza, es una señora amable y se diría que hasta cariñosa que siempre se está quejando de que le duele algo. Ella vivía —de pura caualidad— en el mismo pueblo michoacano en el que nació mi abuela, aunque eso no es relevante. Tenía 17 años (la señora, no mi abuela), y andaba de novia con su ahora esposo. Una tarde salió con él creyendo que se dirigían a casa de su hermana (de él, no de ella), pero en realidad la llevó a un hotel, al que entró sin sospechar porque no sabía leer. Ahí le arrancó la ropa y la violó. No la sedujo, ni la convenció, no se pueden usar eufemismos.
Poco después se celebró la boda, porque así tenía que ser, ella usó un vestido azul, pos ya no era virgen, ¿verdad? Ni modo que se vistira de blanco. Tienen cuatro hijos y todavía están juntos, hasta que se mueran, no importa que todo comenzara con la ignorancia y el miedo.
Por fortuna también he escuchado historias hermosas, inverosímiles pero ciertas. Luego se las digo también, mientras tanto seguiré especulando acerca de lo que nunca me contarán los extraños.
mmm a mí me parece que todavía no te animas a soltarte por completo con esto del blog...
ResponderEliminarjaja. bueno, me esforzaré más.
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